(UERJ - 2017)
CAPERUCITA ROJA
Érase una vez una niña llamada Caperucita Roja que vivía con su madre en la linde de un bosque.
Un día, su madre le pidió que llevara una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su
abuela, pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, atención, sino porque ello
representaba un acto generoso que contribuía a afianzar la sensación de comunidad.
(l. 05) De camino a casa de su abuela, Caperucita Roja se vio abordada por un lobo que le preguntó
qué llevaba en la cesta.
– Un saludable tentempié para mi abuela –respondió.
– No sé si sabes, querida, que es peligroso para una niña pequeña recorrer sola estos bosques.
– Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de ella.
(l. 10) Y ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino – respondió Caperucita.
El lobo conocía una ruta más rápida para llegar a casa de la abuela. Tras irrumpir bruscamente en
ella, devoró a la anciana, adoptando con ello una línea de conducta completamente válida para
cualquier carnívoro. A continuación, se puso el camisón de la abuela y se acurrucó en el lecho.
Caperucita Roja entró en la cabaña y dijo:
(l. 15) – Abuela, te he traído algunas chucherías bajas en calorías y en sodio.
– Acércate más, criatura, para que pueda verte –d ijo suavemente el lobo desde el lecho.
– ¡Oh! –repuso Caperucita. Pero, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!
– Han visto mucho y han perdonado mucho, querida.
Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes!...
(l. 20) – Ha olido mucho y ha perdonado mucho, querida.
– Y… ¡qué dientes tan grandes tienes!
– Soy feliz de ser quien soy y lo que soy – respondió el lobo y, saltando de la cama, aferró a
Caperucita Roja con sus garras, dispuesto a devorarla.
Caperucita gritó y sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera que pasaba
(l. 25) por allí. Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de intervenir. Pero apenas había alzado
su hacha cuando tanto el lobo como Caperucita Roja se detuvieron simultáneamente.
– ¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? –inquirió Caperucita.
El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero no conseguía.
– ¡Se cree acaso que puede usted irrumpir aquí y delegar su capacidad de reflexión en el arma
(l. 30) que lleva consigo! –prosiguió Caperucita. ¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por sentado
que las mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda
de un hombre?
Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del lobo, arrebató el
hacha al operario maderero y le cortó la cabeza. Concluida la odisea, Caperucita, la abuela y
(l. 35) el lobo decidieron instaurar una forma alternativa de comunidad basada en la cooperación y el
respeto mutuos y, juntos, vivieron felices en los bosques para siempre.
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En el texto, los personajes dialogan con diferentes grados de formalidad. En cuanto al uso de las formas de tratamiento, se encuentra una marca de formalidad en el siguiente fragmento:
Abuela, te he traído algunas chucherías bajas en calorías y en sodio. (l. 15)
Han visto mucho y han perdonado mucho, querida. (l. 18)
Y… ¡qué dientes tan grandes tienes! (l. 21)
¡Se cree acaso que puede usted irrumpir aquí (l. 29)